Palantir (II). Guerra algorítmica, ideología, IA y contrato social

Disuasión algorítmica, política e ideología, IA, Occidente y la visión filosófica de Karp sobre el futuro del trabajo y la democracia.

Palantir (II). Guerra algorítmica, ideología, IA y contrato social

Este texto continúa la serie dedicada a Palantir. Para una mejor comprensión, se recomienda la lectura previa de: Palantir (I).

Guerra algorítmica

Para entender qué significa, en la práctica, el discurso sobre disuasión tecnológica y toma rápida de decisiones, basta ver uno de los escenarios que Palantir publica:

  1. La situación arranca con algo aparentemente anodino: un ejercicio militar rutinario de China en el Mar de China Meridional. En segundos, la escena se convierte en un rompecabezas geopolítico: modelos de IA aplicados a imágenes de satélite detectan actividad anómala al norte.
  2. Algoritmos de identificación de embarcaciones advierten algo más inquietante: decenas de barcos pesqueros rodean un puerto taiwanés clave, muchos de ellos amarrados entre sí, señal clásica de una posible operación de bloqueo.
  3. Otra alerta aparece en el centro de control: un destructor chino tipo Lu Yang ha desaparecido de todos los canales de inteligencia; estaba atracado horas antes, ahora no aparece en ningún flujo de datos.
  4. Analistas utilizan Palantir Gotham para fusionar datos procedentes de múltiples dominios —militares, comerciales, aliados, académicos— y generar trayectorias probables del destructor. Las rutas más peligrosas apuntan directamente hacia el perímetro donde crece la tensión. Los modelos indican que solo un dron basado en Okinawa puede llegar a tiempo.
  5. El aparato despega y, mientras transmite vídeo en directo, un sistema de detección identifica las dimensiones, velocidad y armamento del buque: es el Lu Yang, avanzando hacia la zona donde podría desencadenarse una crisis internacional en cuestión de horas.
  6. Los comandantes reciben tres cursos de acción, generados y simulados conjuntamente por humanos y máquina:
    • Enviar refuerzos a una base cercana (demasiado lento).
    • Sobrevolar la zona con un avión tripulado (demasiado arriesgado).
    • Ejecutar una Freedom of Navigation Operation: desplazar un buque estadounidense o aliado para demostrar presencia y evitar la escalada.
  7. Se escoge la tercera opción. En pantalla, el barco estadounidense altera su rumbo. A medida que se acerca, la flotilla de pesqueros comienza a dispersarse. El destructor chino continúa su camino hacia el norte. La crisis se desinfla.

La narradora cierra el vídeo con una frase que capta el espíritu de Palantir:

"Aunque este escenario es simulado, situaciones así ocurren mucho más a menudo de lo que imaginas. Un solo error podría poner en riesgo a millones de personas".

Más allá del dramatismo, la escena condensa el mensaje central de Karp: la disuasión del siglo XXI se juega en el procesamiento de datos, inteligencia artificial y la velocidad con la que un país puede entender qué está ocurriendo antes de que el adversario pueda aprovechar la confusión.

El objetivo estratégico declarado no es glorificar la violencia, sino evitarla. Ve la carrera de la IA en términos abiertamente geopolíticos: o "nosotros" (América y sus aliados) somos los jugadores dominantes, o lo serán nuestros adversarios, y "habrá reglas muy distintas según quién gane". De perder ese liderazgo, asegura, "tendremos muchos menos derechos".

Este planteamiento técnico-estratégico no funciona en el vacío. Para Karp, la capacidad de disuasión, la interpretación de riesgos y hasta el diseño del software están moldeados por una determinada concepción del mundo: qué es Occidente, qué valores deben preservarse y qué amenazas lo acechan. Comprender la tecnología exige comprender su ideología.

Dogmas e ideología

Karp define su dislexia como "hermenéutica forzada": al no poder leer y escribir con fluidez, se ve obligado a añadir siempre una capa interpretativa a la información. "El texto se convierte en ti" y dificulta ser capturado por ideología u opiniones.

En ocasiones se autodefine como "independiente" o "populista de izquierdas", pero muestra una combinación poco convencional: cree que las instituciones occidentales (derechos fundamentales, libre mercado, mérito) conforman una forma superior de vida. Atribuye especial importancia a la Cuarta Enmienda (protección frente a registros y detenciones arbitrarias) y presenta el primer producto de Palantir como intento de cuadrar el círculo: encontrar terroristas sin violar libertades civiles.

"Si solo buscas terroristas violando libertades, ¿cuál sería el punto si el objetivo final de una sociedad occidental mejor no se logra?".

Si solo proteges libertades sin eficacia contra el terrorismo, acabarán produciéndose tantos atentados que no quedará libertad civil alguna.

Afirma que su partido (Demócrata) se está convirtiendo en el partido de personas con conocimiento general no específico, credenciales académicas y sensibilidad progresista, pero no de la clase trabajadora, más inclinada a votar por líderes que la izquierda académica desprecia. Acusa a los demócratas de descuidar a los hombres y de tratar la masculinidad casi como un problema en sí mismo, alienando así a parte del electorado.

Reencuadra posiciones extremistas como el antisemitismo dentro de un fenómeno mayor de "estúpida discriminación" y de reacción social de grupos que sienten que el sistema los excluye. Considera que los extremismos beben de fallas estructurales más que de mera patología ideológica, debido a la falta de participación material de grandes segmentos de población en el éxito del sistema.

Su recomendación a quienes le escuchan en privado (sobre todo en Europa):

"Tienen que empezar a hablar claro".

Dice manifestar en público lo que muchos le confiesan en privado pero no se atreven a verbalizar, por miedo al coste reputacional o profesional. Cuenta episodios en los que, en foros como Davos, ejecutivos que en público lo miran con escepticismo, se le acercan después para decirle que comparten en privado buena parte de sus diagnósticos, aunque nunca se atreverían a expresarlos abiertamente.

Sobre sus posturas acerca de ICE, Israel o Ucrania comenta:

"Me gritan todo el tiempo".

Lo asume como un precio aceptable por expresar abiertamente sus opiniones, aunque a veces se le critique por su falta de tacto. En una de sus intervenciones públicas, una manifestante pro-palestina lo increpó diciendo “La tecnología de IA de Palantir mata palestinos”, en referencia a la colaboración de la compañía con el Estado de Israel. A lo que él respondió:

"La mayoría terroristas, es cierto".

Rechaza frontalmente la idea moral de que "es un derecho dado por Dios" que personas de culturas muy diversas puedan venir sin apenas restricciones a países como Estados Unidos o los europeos: cree que es contrario a la experiencia empírica e impopular entre los votantes. Advierte que si se tilda de "fanatismo" cualquier intento de control, los votantes acabarán eligiendo a fanáticos, o no, pero que al menos "cierran la frontera". Ve a Europa como un "desastre no mitigado" por su política migratoria.

Valora derechos de las minorías, pero los inscribe en un marco cultural que hay que defender frente a flujos migratorios percibidos como portadores de valores "regresivos". Trabajar con agencias como ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) no es, en su mirada, una traición a los principios progresistas, sino una defensa de la democracia liberal frente a un desorden migratorio que la erosiona.

Reconoce que EE. UU. se beneficia de atraer a "constructores extraordinarios" de todo el mundo, pero sostiene que la interiorización profunda de los valores constitucionales (Primera y Segunda Enmienda, sentido de justicia como "eso no es justo") suele requerir varias generaciones. Valora especialmente a los estadounidenses "antiguos", cuyas familias han "transportado esas normas durante siglos". En todo caso, rechaza de plano el relativismo cultural y abraza un nacionalismo cívico sin complejos:

"No digo que todas las culturas sean iguales, de hecho digo que esta nación es increíblemente especial y deberíamos verla como superior".

Nombra explícitamente los que considera dos de sus mayores enemigos: la "izquierda woke", partidaria de migración sin restricciones, hostil al mérito y a la colaboración con fuerzas de seguridad; y la "derecha woke", que ve toda tecnología como conspiración para destruir libertades, negacionista de la posibilidad de un uso responsable de la vigilancia. Ambos comparten, según él, odio a la meritocracia, narrativas conspirativas y desconfianza absoluta hacia cualquier forma de poder tecnificado.

Sostiene que las universidades han sido capturadas por lo que llama "una religión pagana". Critica discursos de rectores ante el Congreso, la idea de diversidad entendida como homogeneidad ideológica, y se declara a favor de la libertad de expresión, pero enemigo de instituciones intelectualmente cerradas. Su estrategia no es regularlas, sino restarles importancia. De ahí su programa práctico: becas de "meritocracy fellowship" para captar talento brillante desde la secundaria, animar a que jóvenes que hoy irían a Harvard o Stanford entren en Palantir, convertir la experiencia en la empresa en un "grado" más valioso que el universitario. Reconoce que el problema es más complejo que "volver al examen de coeficiente intelectual".

Esta crítica se combina con otra contra los expertos profesionales: analistas financieros, periodistas, "clases expertas"... a los que acusa de haber estado "equivocados en todo lo sustantivo en los últimos 20 años" y de operar como médiums que traducen la realidad compleja en narrativas que puedan entender, aunque no correspondan a los hechos. En contraste, Karp confía más en: soldados en el frente, trabajadores de planta, inversores minoristas curiosos, que, en su visión, ven la realidad sin los filtros interesados de las élites.

Ve la tecnología, en concreto la suya, como una forma de reconciliar seguridad y libertad que la política por sí sola no ha sabido articular. Desprecia la ONU y considera que buena parte de las instituciones normativas de posguerra han fracasado.

"La mejor y última esperanza es hacer que América funcione muy, muy bien".

Liberal en el sentido de derechos civiles, libertad de expresión, mercado y meritocracia. Nacionalista en el sentido de priorizar sin ambages el poder de EE. UU. frente a cualquier orden multilateral. Realista en materia de seguridad, donde la ambigüedad estratégica y el miedo del adversario son virtudes, no problemas. Su propia ubicación en la izquierda populista se percibe, sobre todo, en su ira contra la injusticia percibida en el acceso a la educación de élite. Desconfía profundamente de todo lo que huela a "religión secular" (woke).

"La legitimidad la otorgan los resultados: detener atentados, ganar guerras, aumentar productividad".

Rechaza el "capitalismo de Estado" al estilo chino, por considerarlo ineficiente y contrario al dinamismo. Pero también critica el laissez‑faire ideológico que sostiene que las empresas solo deben responder al interés de los accionistas: Considera que los fines nacionales son parte legítima de la función empresarial. Las compañías que se orientan hacia un propósito superior suelen terminar siendo mejores y más valiosas incluso económicamente.

Su libro "The Technological Republic" defiende su visión: un ecosistema en el que empresas privadas compiten, innovan y se lucran, pero lo hacen dentro de una "constitución moral" compartida: defensa de las democracias liberales frente a autoritarismos; afirmación de jerarquías culturales (no todas las civilizaciones son equivalentes); exigencia de que las instituciones estatales funcionen y rindan cuentas. Auditar resultados y eficiencia, más que proclamar valores, es lo que ancla al Estado a la realidad y evita que derive hacia un mero botín para redes clientelares ideológicas.

Desconfía de la teoría económica que identifica precio con valor social, pero ve en el mercado una prueba implacable: si un software no funciona, si una idea no produce más de lo que cuesta, el tiempo y los contratos lo revelarán. Insiste en "absorber el riesgo de creación de valor" frente a modelos que se enriquecen incluso si el cliente no gana nada:

"En misiones de vida o muerte, dice, es inaceptable vender productos 'parásitos' diseñados para crear dependencia en lugar de genuina utilidad".

Respecto a la inteligencia artificial, considera que lo importante es la capacidad de distinguir qué funciona, qué crea valor y qué no, ser "únicamente bueno" en algo, reconocer talento en otros... Admite que actualmente no sabemos probar eso. Solo alguien que ya tiene una determinada forma de talento puede reconocerla en otro.

Aboga por un modelo de formación de élites basado en la figura del aprendiz: se aprende trabajando codo con codo con quienes ya han demostrado capacidad extraordinaria, no acumulando credenciales genéricas. Lo "fácil" (automatizable) son los problemas bien formados (p.ej. fórmulas de física de fluidos). Lo "valioso" se desplaza hacia dominios en los que solo un experto puede evaluar a otro experto.

Sitúa el valor en la capacidad de juzgar, no solo de calcular.

Inteligencia Artificial, desempleo y riesgo geopolítico

En el campo de la IA, Palantir se enfoca en integrar modelos con los datos operacionales del cliente, alta fidelidad, pipelines, ontologías, y una relación económica donde la empresa tecnológica captura un porcentaje del valor creado. El valor no solo está en la automatización, sino en liberar productividad latente. Percibe la IA como algo que refuerza la dignidad económica del trabajador, mientras preserva la estabilidad democrática.

"La narrativa de que 'la IA hará inútil el trabajo de casi todos' es una profecía política de autodestrucción más que un análisis riguroso".

Si en el plano geopolítico el enemigo es el estancamiento de la disuasión, en el plano interno el gran riesgo para Karp es la ruptura del contrato social por culpa de la IA. No por un apocalipsis Terminator, que tiende a minimizar, sino por algo más mundano y más probable: que la riqueza generada se concentre en una pequeña élite mientras la mayoría siente que su trabajo ya no vale nada.

Si la industria insiste en que la IA hará inútil el trabajo humano, preparará el terreno para la victoria de populismos.

"Si explicas al mundo que el trabajo va a ser sin valor, la gente va a elegir a las personas más ridículas de la historia".

Karp cree que si la inteligencia general se abarata, el conocimiento específico se revaloriza, los modelos de lenguaje comoditizan la información generalista. Quienes verán incrementado su valor, porque la IA aumenta su capacidad en vez de sustituirla, serán quienes poseen destrezas específicas: oficios técnicos (fontaneros, electricistas, operadores de planta), conocimientos de dominio (saber construir cascos de barcos, escribir programas para localizar terroristas, diagnosticar máquinas complejas, verter hormigón con precisión industrial), frente a quienes basan su posición en "ser muy listos en términos generales" sin una pericia concreta. Lo considera una inversión de la jerarquía de prestigio. Celebra que el perforador de petróleo en Texas pueda tener hoy, y más aún mañana, una profesión más valiosa que el graduado de la Ivy League.

Lo enlaza con el imaginario de una AGI (Artificial General Intelligence) en el que nadie tiene trabajo y solo ganan dinero las élites tecnológicas/financieras. Para él, esa narrativa es socialmente peligrosa: empuja tanto a la izquierda como a la derecha hacia soluciones históricamente fallidas. Sus productos con IA no buscan sustituir al trabajador, sino aumentar su valor de mercado: fontaneros, carpinteros, electricistas, graduados de secundaria que trabajan en plantas, trabajadores de fábrica que podrían asumir tareas de ingeniería apoyados por software.

Palantir sería una especie de exoesqueleto cognitivo que permite que competencias "técnicas medias" se amplifiquen, mejorando salarios y poder de negociación.

"Vemos nuestros productos como capaces de aumentar tu valor de mercado… somos pro‑trabajo y pro‑ejército".

Aunque para Karp, esta preocupación por el valor del trabajo y la estabilidad democrática se prolonga hacia un plano más amplio: el geopolítico. La IA no solo redefine salarios y contratos sociales, sino también la correlación de fuerzas entre bloques. Si es un adversario quien domina estas capacidades, las democracias liberales dejarán de disfrutar de los estándares de libertad que hoy consideran garantizados. De ahí que considere la supremacía tecnológica estadounidense no solo buena para Estados Unidos, sino moralmente necesaria para el conjunto de Occidente. Los riesgos existenciales de la IA quedan, en su jerarquía de peligros, subordinados a uno mayor: la derrota geopolítica de las democracias frente a regímenes autoritarios.

En Palantir III: disyuntiva privacidad vs seguridad, críticas a la compañía, el anticristo, principales productos, análisis financiero, fabricar el futuro...

Fuentes consultadas:

Este artículo se basa en análisis propio a partir de:

El resto es interpretación personal, criterio propio y lectura crítica del pensamiento de Karp y el funcionamiento de Palantir.