Palantir (I). Alex Karp: CEO, filósofo, visionario y defensor de Occidente

De Tolkien a la era de la Inteligencia Artificial: Palantir como instrumento para mantener la supremacía estratégica de las democracias occidentales.

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Palantir (I). Alex Karp: CEO, filósofo, visionario y defensor de Occidente

Palantir es una de esas compañías que se mencionan polémicamente en titulares sobre guerras, espionaje, terrorismo o privacidad, pero de las que casi nadie sabría explicar con claridad qué hace exactamente. Su cofundador y CEO, Alex Caedmon Karp, rodeado de misticismo, se presenta como algo más que un empresario: un filósofo social que ha trasladado preguntas casi metafísicas (qué es conocer, cómo se legitima el poder, qué significa vivir en una sociedad libre) al mundo de la tecnología, la guerra, el espionaje y la seguridad.

Herramientas de inteligencia utilizadas por militares y en la lucha contra el terrorismo, sistemas integrados en departamentos de policía, vigilancia predictiva, procesamiento y análisis de datos...

En palabras de su CEO:

"El objetivo más importante de Palantir es prevenir la guerra. Las batallas se ganan antes de que comiencen".

"Palantir es la empresa de software más importante de América y por tanto del mundo".

La Tierra Media

Un Palantir es un artefacto mitológico del universo de Tolkien de El Señor de los Anillos. Estas esferas, creadas por elfos y distribuidas entre los reinos de la Tierra Media, son capaces de mostrar acontecimientos lejanos en el espacio y en el tiempo. Así, en la saga de películas, puede verse a Saruman comunicarse con Sauron desde su torre, mientras observa el avance de sus ejércitos, la caída de fortalezas y el avance de la guerra.

Cuando el Palantir de Saruman acaba en manos de Gandalf, en un descuido de este, uno de los hobbits lo utiliza, descubriendo en él no una simple visión, sino la presencia de Sauron. Gandalf guarda la esfera con temor: el Palantir permite ver a través de vastas distancias y conocer lo que otros ignoran, pero también forma un vínculo difícil de romper. Su poder es el conocimiento, y su riesgo, la influencia: quien busca saber demasiado corre el peligro de ser visto, atrapado e incluso dominado. Cuanto más revela, más expone.

Si un Palantir ofrecía conocimiento absoluto a cambio de exposición, la compañía que toma su nombre promete algo similar en el mundo real. Palantir no fabrica esferas míticas ni artefactos élficos, desarrolla software: sofisticados programas capaces de reunir, cruzar y dar sentido a océanos de datos dispersos para responder a una pregunta: ¿Qué está pasando ahora mismo y qué va a pasar después? El acceso privilegiado al conocimiento es el hilo que une la ficción con la realidad: ver lo invisible, detectar patrones que nadie más percibe, prever lo que aún no ha ocurrido. Pero, al igual que con la piedra de Tolkien, el poder no es inocuo. A mayor claridad, mayor dependencia del ojo que mira. A mayor capacidad de vigilancia, mayor riesgo de que la mirada atraviese en ambos sentidos. Seguridad vs libertad.

Palantir no solo es una empresa de software, sino el intento de convertir una teoría política sobre Occidente en tecnología operativa. Un proyecto para mantener la supremacía estratégica de las democracias occidentales en un siglo definido por datos, algoritmos y guerra de la información. Es disuasión.

El filósofo

Antes de dirigir una empresa multimillonaria, Alex Karp era, en sus propias palabras, un académico destinado al paro. Estudió Derecho en Stanford, se doctoró en filosofía en Frankfurt y dedicó años a pensar sobre conocimiento, comunicación y los fundamentos de la sociedad occidental. Según él, su trabajo lo podían entender "30 o 40 personas en el mundo", pero llevaba implícitas preguntas que lo acompañarían después: quién decide, con qué información y bajo qué legitimidad.

De académico brillante pero limitado por su dislexia, pasa a verse como "constructor". Lo decisivo no es refinar ideas en el plano teórico, sino llevarlas a la práctica y hacerlas funcionar en el mundo real. La filosofía y la teoría social solo alcanzan su plenitud cuando se concretan en instituciones y tecnología.

Admira a pensadores como Luhmann por su capacidad de modelar sistemas complejos y ver cómo las estructuras abstractas (económicas, jurídicas, comunicativas) moldean la vida. Mientras que la teoría crítica clásica de la Escuela de Frankfurt se mantiene escéptica frente al capitalismo y al Estado, Karp ve una oportunidad para reformar desde dentro, construyendo herramientas que vuelvan a esas instituciones más efectivas y, por tanto, más legítimas. No idealiza el poder: busca que esté lo menos equivocado posible dadas las condiciones concretas.

Durante su etapa en Stanford coincide con Peter Thiel (libertario de ideología opuesta), con quien entabla amistad y mantiene intensos debates sobre libertad, control y responsabilidad pública. Años más tarde, Thiel financiaría la idea que ambos concebirían: usar el análisis masivo de datos para comprender el mundo en tiempo real. Karp veía en ello la oportunidad de aplicar teoría política a problemas urgentes; Thiel, la posibilidad de construir una herramienta que diera ventaja estratégica a quien supiera manejarla primero.

Thiel recuerda:

"Él era más el socialista; yo era más el capitalista. Siempre estaba hablando de las teorías marxistas del trabajador alienado y de cómo esto era cierto para toda la gente que nos rodeaba."

El giro hacia los negocios no supone una ruptura con su trasfondo filosófico, sino trasladar esas preguntas a otra escala. Lo que en la universidad eran debates abstractos, en Palantir se convierten en problemas concretos:

  • Cómo hacer que gigantescos volúmenes de datos sean comprensibles para los humanos.
  • Cómo conocer la relevancia oculta de datos aparentemente insignificantes.
  • Cómo permitir que distintas instituciones compartan información de forma eficiente y acorde a la legislación.
  • Cómo hacer visible qué hace el Estado con la información de los ciudadanos.

Articula una concepción de la verdad y del conocimiento que mezcla herramientas filosóficas, intuición artística y pruebas del mercado. Desde Wittgenstein y la teoría crítica, hereda la idea de que una argumentación seria no es tanto demostrablemente verdadera como "no manifiestamente falsa". Esa ética del argumento "no equivocado" se convierte, dice, en una habilidad vital en negocios y política: distinguir rápidamente propuestas que pueden ser ciertas de las que con seguridad no lo son.

Karp no abandona la filosofía; la traslada a la cruda realidad capitalista. En sus palabras, en la academia se discuten cosas importantes para casi nadie, mientras que en el mundo del software se pueden aplicar ideas abstractas a problemas que afectan a millones de personas.

Palantir como proyecto político-tecnológico

Palantir surge tras el 11 de septiembre con una misión explícita: ayudar a combatir el terrorismo y, a la vez, proteger las libertades civiles. El nombre no es casual: como en las novelas de Tolkien, crear el Palantir moderno para las fuerzas del Estado. Un artefacto que permita a las "fuerzas del bien" acceder al conocimiento y trascender las fronteras del saber, pero sin mostrar lo que no se está autorizado a ver.

En PayPal, Thiel y su equipo habían desarrollado un sistema antifraude que no rastreaba a millones de usuarios de forma indiscriminada, sino que partía de indicios concretos para establecer conexiones verificables. El enfoque fue tan efectivo que llegó a ser reconocido por agencias federales como el FBI. Esa lógica de precisión, y no de vigilancia masiva, se convertiría en el núcleo conceptual de Palantir.

La tesis principal es que el enfoque clásico de data mining, algoritmos que rastrean de forma indiscriminada a millones de personas y escupen correlaciones que ni los propios usuarios son capaces de entender, es tanto ineficaz como peligroso. Palantir propone lo contrario: un enfoque "predicate-based". Podría entenderse como "búsqueda por predicados" vs "pesca de arrastre": primero debe darse un indicio, una condición verificable, y solo entonces se expande la investigación.

Todo análisis parte de un punto de apoyo explícito: un individuo, pista o evento. A partir de ahí, mientras se registra cada movimiento del analista, se exploran potenciales conexiones entre los datos: con quién se relaciona, dónde viaja, qué empresas aparecen alrededor, qué direcciones IP se repiten, qué comportamientos pueden apreciarse. Logrando de ese modo:

  1. Eficiencia operativa: ayudando a "encontrar agujas en pajares" en medio de infinidad de datos.
  2. Trazabilidad total: documentando "cada paso de la operación", de modo que pueda saberse: quién miró qué, con qué base legal, qué fuentes se combinaron, si los datos migraron de un contexto autorizado a uno prohibido.

En algunos casos públicos, un analista del Departamento de Defensa aparece frente a una pantalla de Palantir Foundry siguiendo esa lógica: parte de un convoy atacado, abre eventos relacionados, cruza registros logísticos y de comunicaciones, y acaba señalando en el mapa un edificio concreto desde el que se coordinaron varias incursiones. No se trata de que "la máquina lo ve todo", sino de que amplifica la capacidad humana de seguir un rastro y documentarlo.

Frente a la caricatura de "software que lo ve todo", Palantir se define a sí misma como una infraestructura de análisis y gobernanza de datos: inscribe reglas legales y límites institucionales dentro del propio flujo de la información. Sus plataformas no aspiran a absorber el mundo entero, sino a hacer útil lo que ya existe disperso en servidores. En términos prácticos, permiten:

  • Unir datos que permanecían inútiles en grandes bases de datos: transacciones financieras, registros de viaje, comunicaciones, trazas de ciberseguridad, expedientes internos, rastreo de redes, patrones de comportamiento.
  • Revelar relaciones entre personas, lugares, eventos y entidades que antes eran invisibles o demasiado complejas para ser descubiertas.
  • Auditar cada acción del analista: quién consulta información, con qué motivo y qué pasos sigue en su investigación.

Silicon Valley, DoD, Maven

Desde sus inicios (2003–2004), fundada por Peter Thiel, Alex Karp, Joe Lonsdale, Stephen Cohen y Nathan Gettings, Palantir contó con capital privado como Founders Fund (asociado a Peter Thiel) y respaldo institucional a través de In-Q-Tel, el fondo de inversión de la CIA. Palantir ya se ve reflejada no como una empresa de consumo, sino como una infraestructura al servicio del Estado.

Sus orígenes se sitúan en Silicon Valley, aunque en 2020 la compañía trasladó su sede a Denver, Colorado, como reacción a la "monocultura" de la costa oeste y para reorientarse hacia lo que consideran una misión más pragmática, vinculada a seguridad nacional, defensa y servicio estatal, marcada por sus disputas con el Departamento de Defensa y el clima hostil hacia el sector militar en parte de la industria tecnológica.

El choque con el establishment militar se hizo visible en un juzgado federal en 2016. Mientras los contratistas tradicionales del Pentágono defendían sus sistemas hechos a medida, Palantir argumentaba que el Ejército estaba ignorando soluciones comerciales ya probadas sobre el terreno. Sobre la mesa no había solo una licitación: estaba la pregunta de si una startup de Silicon Valley podía obligar al Ejército a comprar "lo que funciona" aunque rompiera inercias de décadas. En palabras de su CEO:

"Demandamos al gobierno para lograr un sistema de contratación distinto, uno en el que pudieras demostrar el mérito de tu producto y en el que estuvieran obligados a comprar el producto que funciona. Ayudamos a introducir la meritocracia en el Departamento de Defensa".

En 2018, el proyecto Maven, del Departamento de Defensa, cristalizó ese choque de culturas. Empleados de Google protestaron, firmaron cartas abiertas y organizaron campañas internas contra la colaboración con el Pentágono, ante el temor de contribuir al desarrollo de armas autónomas sin supervisión humana. Google se retiró. Palantir ocupó el vacío: lo que para Google era un conflicto moral, para Palantir era un deber patriótico y una oportunidad técnica.

"De algún modo, la élite corporativa de este país cree que, cuando llega la hora de ganar dinero, hay que ponerse de pie, y cuando llega la hora de ponerse de pie, se van a jugar al golf. Y eso tenemos que cambiarlo. Es culpa nuestra."

Palantir nunca encajó en el molde habitual de Silicon Valley. Nunca mostró miedo al conflicto, no suavizó su discurso, no fingió neutralidad, no cayó en dogmas moralistas. Asumió el conflicto, no mostró rubor político, y convirtió la seguridad nacional y la solución de problemas complejos en su razón de ser, sin necesidad de gustarle a nadie. Desde ahí se entiende mejor su cultura interna: jóvenes brillantes, poco impresionables ante la moralidad y el romanticismo social, que abrazan problemas de una complejidad extrema, en el polémico terreno de la seguridad nacional, sacrificando comodidad, vida social, e incluso en algunos casos el prestigio académico tradicional, sostenidos por una fe casi religiosa en la misión de la empresa,

El culto a Palantir

Ese ADN se traduce en una cultura particular, más cercana a un credo que a un manual corporativo.

  • Horizontalidad extrema: dicen tener tan solo 3 o 4 reportes directos; el resto son títulos "falsos" útiles solo para interactuar con otras empresas. La estructura formal importa poco; lo que cuenta son las interacciones de trabajo y la capacidad real de resolver problemas.
  • Jerarquía de talento, no de credenciales: el origen educativo es irrelevante. Todo el mundo pasa pruebas internas. Personas muy jóvenes toman decisiones críticas.
  • Dolor y resiliencia: trabajar en Palantir es, según su CEO, "doloroso". No solo por la complejidad técnica, sino por el choque constante con grandes instituciones lentas. Para quedarse más de un par de años, dice, hay que saber "absorber mucho dolor". Karp habla a menudo de sus entrenamientos de esquí de fondo en la nieve, solo, durante horas, como metáfora de esa capacidad de soportar incomodidad prolongada.
  • Enfoque monomaníaco en las fortalezas: la empresa trata de detectar qué hace alguien "mejor que casi nadie en el mundo" y lo concentra solo en eso, aunque el sistema educativo le haya premiado por hacerlo todo bien. Lo demás, para Palantir, "no es valioso".
  • Misión política explícita: no es una empresa neutral; su razón de ser es "ayudar al gobierno de EE. UU.", a "Occidente", y asegurar que sistemas clave (inteligencia, defensa) funcionan mejor que los de cualquier adversario.
  • Identidad negativa: la cohesión interna se refuerza por oposición a los enemigos autoidentificados: cierta izquierda universitaria, partes de Silicon Valley "demasiado escrupulosas" para trabajar con el DoD, burocracias defensivas que preferían pagar miles de millones por sistemas inútiles a aceptar el producto de una startup.

Ese mismo marco mental, crudo, meritocrático, sin romanticismo, también define cómo Palantir imagina al adversario.

El terrorista emprendedor

Una de las visiones más confusas de Alex Karp es la forma en que describe a los adversarios: "hay que pensar en los terroristas como emprendedores". No como bárbaros atrasados, sino como personas altamente motivadas y capacitadas, muchas veces formadas en las mejores universidades o con talentos muy específicos para la organización clandestina y la subversión.

Esa simetría tiene un objetivo claro: justificar la necesidad de que "nuestros mejores emprendedores" trabajen al servicio de la seguridad nacional. Si el talento está también "del otro lado", no basta con burocracias lentas y rígidas.

Habla de la "democratización de las técnicas de espionaje", la banalización y abaratamiento extremo de las capacidades de intrusión:

  • Lo que en los años 70/80 solo podían hacer grandes gobiernos con presupuestos casi ilimitados: penetrar redes, robar información sensible, manipular sistemas... hoy puede hacerlo un adolescente con conocimientos avanzados en una cafetería con su portátil.
  • La atribución se complica: es muy difícil saber si un ataque viene de un gobierno, de un contratista externo, de un grupo criminal o de un puñado de aficionados con tiempo libre.

Esto plantea dilemas muy concretos para los Estados. Si una gran empresa estadounidense está siendo atacada, el presidente puede conocer la gravedad pero desconocer la autoría. La respuesta adecuada no es la misma si el agresor es otro Estado, un grupo vinculado a él o un hacker adolescente. Sin una buena lectura de la situación, toda reacción es políticamente arriesgada.

En este contexto, Palantir se vende como una herramienta para reducir incertidumbre:

  1. Diagnostica qué está pasando (qué datos salen, de dónde, con qué patrón).
  2. Reduce la incertidumbre sobre quién está implicado (por ejemplo, localizar físicamente a los operadores en "este edificio").
  3. Prioriza una respuesta proporcionada.

No se elimina el peligro, mientras haya ordenadores encendidos, habrá intrusiones, pero Palantir aspira a gestionarlo con mayor claridad.

Con esta lógica operativa: enemigos capaces, tecnologías accesibles y riesgos difusos, la pregunta inevitable es qué lugar ocupan las democracias occidentales en este nuevo tablero.

Orden Mundial y Supremacía tecnológica

En cada entrevista que Karp concede aparece una constante: la defensa del llamado West, entendido como el bloque de democracias occidentales liberales, con Estados Unidos a la cabeza. Estas sociedades son "superiores" en su esquema por sus:

  • arquitecturas constitucionales,
  • órdenes basados en la meritocracia,
  • y una extendida idea de justicia.

Estas solo sobrevivirán a la era de la IA y la guerra algorítmica si logran combinar una superioridad tecnológica abrumadora con el mantenimiento de libertades civiles y una distribución razonablemente justa de los beneficios económicos. Su insistencia en referirse a EE. UU. como "la mayor democracia del mundo" responde a esa convicción: "las democracias solo ganan cuando su ciudadanía cree en el proyecto que defienden", y eso exige límites legales claros, transparencia estatal y capacidad efectiva de escrutinio.

Su visión del orden internacional es marcadamente hobbesiana: el mundo es seguro solo cuando los adversarios están asustados, "cuanto más fuerte y dominante es América". La paz duradera no nace de la buena voluntad sino de la disuasión. En ese marco, la IA ocupa el lugar que antes tuvo la bomba nuclear y aspira a que EE. UU. posea tal supremacía militar y algorítmica.

"La revolución realmente ha comenzado y estamos en una carrera armamentista para ver quién puede dominarla y con qué rapidez, y eso determinará quién controla el orden mundial".

Su lectura histórica encaja ese presente en una continuidad: la bomba atómica, el proyecto Manhattan, Los Álamos, la organización burocrática y política que permitió unir científicos exiliados y recursos industriales. Allí se forjó un orden mundial donde la brecha tecnológica entre Estados Unidos y el resto del mundo era "dramática, e indiscutible". La paz se sustenta en una disuasión abrumadora, que mezcla superioridad tecnológica y ambigüedad estratégica.

Su perspectiva desemboca en un liberalismo beligerante: no hay espacio para el ingenuo pacifismo o la visión romántica de los actores geopolíticos. El mundo es un lugar hostil; existen y existirán actores que amenazan nuestra seguridad, subversión, terroristas y ciberdelincuentes son una certeza en el horizonte. La respuesta pasa por desplegar el máximo poder tecnológico posible sin romper formalmente el marco de las libertades civiles. El Estado debe anticiparse a sus adversarios, detectar patrones antes de que estos sean conscientes de que los emiten.

Karp aporta un diagnóstico político: hablar de "derechos humanos" sin considerar la correlación real de fuerzas es, para él, una forma de autoengaño. Por eso prefiere la noción de adversarios más que enemigos: reconoce la competencia, asume la rivalidad y evita ficciones moralistas.

Cree que es correcto darle a Estados Unidos una ventaja injusta en tecnología, especialmente militar. Rechaza el universalismo neocon (que todo el mundo sea como América), porque "no funciona". Pero también rechaza el relativismo cultural: "no todas las civilizaciones son equivalentes". Una democracia ha demostrado mérito y sacrificio y merece sostener su liderazgo. Presenta la Guerra de Secesión como una guerra moral: "¿Qué otra cultura libra una guerra civil simplemente porque lo que pasa en el Sur es moralmente inaceptable?" y la II Guerra Mundial como un sacrificio asumido porque "Estados Unidos representaba una forma superior de vivir". La tradición militar estadounidense aparece como una de las primeras instituciones meritocráticas reales, más pronta a integrar minorías y a juzgar por desempeño que universidades o empresas civiles. Si atacar a EE. UU. implica pérdidas desproporcionadas para cualquier agresor, muchos conflictos nunca llegarán a estallar.

Esa mezcla de teoría política y guerra algorítmica no se queda en los despachos. Karp ha visitado zonas de combate y posiciones avanzadas donde se usa el software de Palantir, rodeado de militares que hablan de objetivos, munición y ventanas de tiempo de minutos. La escena es extraña: un filósofo formado en Frankfurt, con chaqueta técnica y el pelo en un desorden tranquilo, ajeno al rigor táctico del entorno, escuchando cómo un oficial explica en una pantalla qué unidades pueden moverse en las próximas horas gracias a un modelo de IA.

En Palantir II: guerra algorítmica, filosofía, dogmas, ideología, corriente "woke", inteligencia artificial, trabajo y contrato social, riesgo geopolítico...

Fuentes consultadas:

Este artículo se basa en análisis propio a partir de:

El resto es interpretación personal, criterio propio y lectura crítica del pensamiento de Karp y el funcionamiento de Palantir.